La «mixofobia» es una reacción —muy difundida y altamente predecible— a la escalofriante, inconcebible y perturbadora variedad de tipos y estilos de vida humanos que coexisten en las calles de las ciudades contemporáneas y en los más «comunes» (…) de sus barrios. A medida que crece la polivocalidad y la variedad cultural del entorno urbano de la era de la globalización (...) las tensiones provocadas por la indignante/confusa/irritante falta de familiaridad del ambiente seguramente seguirá estimulando el impulso segregacionista.
La expresión de esos impulsos puede (temporaria pero repetidamente) aliviar la tensión. Al menos ofrece una esperanza: las irritantes y desconcertantes diferencias pueden ser irreparables e intratables, pero tal vez se le pueda quitar el veneno al aguijón asignando a cada forma de vida su propio espacio individual, exclusivo e inclusivo a la vez, bien delimitado y bien protegido. (...) La «mixofobia» se manifiesta en el impulso a dirigirse hacia islas de similitud y semejanza en medio del mar colmado de variedades y diferencias.
Las raíces de la «mixofobia» son banales y se identifican sin problemas: es fácil entenderlas, pero no es necesariamente fácil perdonarlas. Como afirma Richard Sennett, «el sentimiento del ‘nosotros’, que expresa el deseo de semejanza, es una manera de evitar la necesidad de que los hombres se observen más profundamente». Podríamos decir que incluye la promesa de algún consuelo espiritual: la perspectiva de hacer que la unión sea más soportable eliminando el esfuerzo de entender, de negociar, de conceder que exige convivir con la diferencia.
(…) El atractivo de una «comunidad de semejantes» es el mismo que tiene una póliza de seguro contra los riesgos que colman la vida cotidiana de un mundo polifónico. No disminuye los riesgos, menos aún los elimina. Al igual que todos los paliativos, sólo promete un refugio de los efectos más inmediatos y más temidos
Elegir la opción de la huida inducida por la «mixofobia» tiene una insidiosa y nociva consecuencia: la estrategia se torna cada vez más autoestablecida y autoalimentada cuanto más ineficaz resulta. Sennett explica por qué es así —y debe ser así— en este caso: «Durante las últimas dos décadas, las ciudades de los Estados Unidos han crecido de tal manera que las áreas étnicas se han hecho relativamente homogéneas; no parece casual que el miedo al extraño haya aumentado al punto de que esas comunidades étnicas también hayan sido aisladas». Cuanto más tiempo permanecen las personas en un entorno uniforme, en compañía de otros «como ellos» con los que pueden «socializar» mecánica y prácticamente, sin incurrir en el riesgo de ser malentendidos y sin tener que luchar con la molesta necesidad de traducir entre distintos universos de sentido, más fácil será que «desaprendan» el arte de negociar sentidos compartidos y un modus convivendi.
(…) El impulso hacia un entorno homogéneo y territorialmente aislado puede estar alimentado por la «mixofobia», pero la práctica de la separación territorial es el salvavidas y la fuente de alimentación de esa misma «mixofobia».
Bauman, Z. (2003). Amor líquido: acerca de la fragilidad de los vínculos humanos (M. Rosenberg, Trad.), pp.91-92.
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